A vueltas con los infiltrados

Hace ya un par de meses que se destapó otro caso de infiltración, el 4º del año. Hace mucho que no veíamos esto. Puede que en realidad se nos haya olvidado que la represión utiliza muchas y muy diversas herramientas y que infiltrar policías en movimientos políticos es una de las más antiguas que hay. Ya sea por inocencia, por falta de cultura política o simplemente porque no nos creemos nuestras propias prácticas, parece que hubiéramos desterrado de nuestro imaginario cotidiano este tipo de ataques directos como son el uso de infiltrados, confidentes, chivatos…

Valencia, Barcelona, Madrid… y no hace tanto, Sevilla, son los lugares en los que varies compañeres han sido capaces de identificar distintos policías infiltrados y, gracias a las investigaciones publicadas por la Directa entre otros, hemos podido saber más detalles de ellos. No hace tanto, también es medio, publicaba un intento de la Policía Nacional de reclutar a un compañero que había sufrido represión y al que le ofrecían que se convirtiera en confidente; en este caso el compañero se encontró con que tenía las herramientas, el apoyo y las fuerzas para exponerlo. No siempre es así, no siempre tenemos ni herramientas ni fuerzas.

Por eso, a raíz de los análisis más o menos currados que se han ido publicando, y sobre todo a causa del sinfín de opiniones y críticas al aire que se han lanzado, nos gustaría hacer algunas pequeñas reflexiones, o más bien una autocrítica, como parte de este movimiento difuso del que nos sentimos miembres y también porque aunque creemos que tenemos unas bases comunes, sin embargo, en momentos como estos nos damos cuenta de que puede que no compartamos tantos principios.

La primera es que, ante todo y sobre todo, nuestra mejor herramienta es la solidaridad, directa, sincera y sin grietas. La solidaridad con todas aquellas personas afectadas y con todos los grupos que tras esto se verán forzades a rehacer lazos prácticos y emocionales. Solidaridad sin cuestionar la «supuesta efectividad» de estos infiltrados, sin reírnos de nuestres compañeres, sin creernos que nosotres lo hubiéramos hecho mejor.

Distanciarnos creando divisiones entre aquelles que nos reconocemos y sentimos como parte de un mismo entorno es uno de los efectos que buscan este tipo de ataques represivos. A muches nos resuena este distanciamiento ya marcado en otros tiempos y otras luchas, del okupa bueno al okupa malo, pasando por la dicotomía entre «pacífico» y «violento» o el apoyo en función de si se considera o no un «montaje». En todos estos casos la defensa de les compañeres se ve supeditada a la supuesta «validez» de las luchas o las resistencias desarrolladas por estas, a veces por miedo, a veces por valorar más las diferencias que no las luchas comunes, y muchas otras veces por ceguera.

No queremos entrar aquí en un debate acerca de si hay que denunciar o no cuando el Estado comete ilegalidades, ni qué es un montaje o qué no lo es, o si hay que hablar de legalidad o legitimidad. Nosotres apostamos por no utilizar el discurso de la legalidad, es decir, dejar de afirmar que okupar, manifestarse, ser antifascista…. no es delito. La mayor parte de nuestras luchas y las herramientas que utilizamos son ilegales, y eso no las convierte en ilegítimas. La legalidad no es nuestro ámbito de lucha, lo que no significa que no sea válido para otras o en otros momentos, pero la resistencia social marca su propia legitimidad. Por ello creemos que es necesario que recuperemos varias líneas comunes: una es que la solidaridad es nuestra mejor arma activa y sin condiciones. La otra, y que necesita mucho trabajo común, es que nos falta cuerpo político, sentirnos que es una lucha común, una construcción colectiva de grupos e individualidades diferentes que, sin dejar de trabajar nuestras diferencias y defender nuestras líneas, damos en momentos como estos una respuesta solidaria, sin peros, sin condiciones.

Para quienes tenían un trato más cercano con los agentes infiltrados recientemente destapados en Barcelona, Valencia y Madrid, confirmar que estas personas eran policías supone un importante choque personal. La utilización de la violencia sexual desde el estado agrava el sentimiento de incertidumbre y de rabia. A nivel personal nos genera miedo, culpa y duda. Pensar que la infiltración de los cuerpos de seguridad en nuestras vidas, aunque no conozcamos todavía sus consecuencias judiciales, es inocua, es un error, y solo consigue invisibilizar las consecuencias y los objetivos de este tipo de acciones. Porque no solo los actos del Estado tienen efecto en nuestras luchas, sino que es mayor aún el impacto de la respuesta que damos nosotres, y particularmente cómo tratamos a nuestres compañeres.

Todas las personas que han sido engañadas tenían relaciones de confianza, individuales o como parte de un colectivo, y a cada una le afectará de una manera. Jerarquizar los apoyos en función del tipo de relaciones, puede provocar que se invisibilice y minusvalore las vivencias de todas aquellas personas que tuvieron relaciones cercanas con los policías infiltrados.  No, no nos duele por igual a todo el mundo, no todes lo vivimos de la misma manera, pero nos afecta a todes. Así que si hay que hacer crítica empecemos por mirarnos a nosotres mismes, hacer autocrítica y salir hacia fuera a restaurar y tejer redes de confianza y repensar de qué manera minimizamos este impacto. Y decimos minimizar porque no puede ser de otra manera. La represión está ahí, podemos prevenir gran parte, podemos acolchar sus efectos en lo colectivo y lo personal, podemos aprender… pero, todo aquel que se enfrente en un grado u otro al Estado y el poder recibirá ataques. Y esto conlleva dolor individual y colectivo.

La segunda reflexión es que este tipo de respuestas muestra claramente dos cosas: que el machismo sigue empapando cada parte de nuestros movimientos y que ha habido voces que han culpabilizado rápidamente a las personas (mujeres cis) que han tenido relaciones sexoafectivas con uno de los policías infiltrados, en vez de cuestionar qué valores y actitudes han permitido que pudiera relacionarse en nuestros entornos de una manera tan fácil.

Las risitas de salón acerca de los gustos de nuestres compañeres e infantilizar y cuestionar a las que han sufrido esta violencia por parte del Estado afirmando implícitamente que el resto lo habríamos hecho mejor, es ayudar a la represión. Desde nuestro punto de vista, pontificar en redes sociales o en el bar, sin hacer autocrítica ni análisis de cómo podemos hacerlo mejor, solo busca el morbo y situarnos moralmente por encima del resto, generando dolor y rupturas.

Los cuatro casos de infiltración policial que han salido a la luz en el último año han caido en entornos muy diversos: vecinales, anarquistas, independentistas, feministas, etc. Señalar a otros colectivos, personas o entornos como peores o menos válidos que el propio, simplemente por haber tenido la suerte de que esta vez no ha caído tan cerca, es no darse cuenta de que cuando de represión estatal se trata, estamos en el mismo lado de la trinchera, e implícitamente convertirse en cómplice de esta represión. Ni las organizaciones más herméticas de la historia ni les militantes más comprometides, han estado ni estarán nunca libres de sufrir una infiltración policial. Así que hagámonos un favor, y no le sigamos el juego al aparato represivo del estado.

Los infiltrados han entrado por la puerta que los movimientos sociales dejamos abierta para poder relacionarnos con otros sectores, tanto de la disidencia como no; puerta mediante la que intentamos que nuestras prácticas y discursos lleguen y contagien a más gente. ¿Todo esto facilita la infiltración? Puede que sí. ¿Consideramos que tener estos espacios es una herramienta necesaria? También. Ante esto, poniéndolo todo en una balanza, queremos seguir generando espacios abiertos para que todo el mundo pueda acercarse a nuestras prácticas y forma de pensar, asumiendo implícitamente que podrán venir policías infiltrados, igual que asumimos que la represión es parte de la lucha. Y claro que en todo este debate también hay que hablar de la fiesta y las drogas, de la informalidad de los grupos, de la falta de formación… Pero entonces generemos los espacios colectivos para hablarlo, para reforzar la cultura de la seguridad en nuestros entornos y para estar preparades para la siguiente, porque si no todo esto se convierte en un simple y doloroso cotilleo.

La policía no es tonta y no ha hecho esto a ciegas. Obvio que no le cuesta nada hacerlo, tiene medios, oportunidades y razones para ello. ¿Que no son los más listos? Pues tampoco; ¿Que con todos los medios que tienen podrían hacerlo mejor? Puede que sí, pero no seremos nosotres les que ayudemos a que mejoren sus herramientas represivas, como tampoco basamos nuestras propuestas políticas en el endurecimiento de las leyes. Son sus herramientas, no las nuestras.

Parece que nos sentimos mejor cuando controlamos toda la información, cuando creemos que conocemos los cómos, cuándo y por qué y, además, los autentificamos, les damos nuestra aprobación.  ¿Se infiltran solo para buscar información en lugares considerados «peligrosos»? Bueno ¿qué es peligroso? Históricamente se han infiltrado en asambleas de estudiantes, trabajadores, 15-M, movimientos contra la cárcel, familias de presos… ¿El objetivo de estas infiltraciones es debilitar los movimientos y luchas? Sí, también recoger todo tipo información (social, económica, emocional…), utilizando todos los medios que pueden desarrollar, el chantaje, la presión, el engaño, la violencia sexual… Que a nosotres no nos parezca peligroso o importante  algo no significa que no lo sea.

Hay gente que se ha hecho confidente porque tenía causas pendientes, o porque se ha hundido cuando le chantajearon con cosas personales. Esta recogida de información puede facilitar detenciones, registros y procesos judiciales, también puede ayudar a hacer un mapa muy completo de todas las relaciones que hay en los grupos y sus maneras de trabajar. Y a su vez todo esto provocará desconfianza, aislamiento y polarización. Son acciones selectivas que buscan  romper las redes y aislar a los colectivos. Que existan infiltrados, chivatos, secretas es parte de la estrategia del estado y a lo largo de la historia han desarrollado distintas herramientas, pero los infiltrados y los confidentes siempre han sido parte de las redes tejidas por la represión. Debemos asumir que es una realidad que siempre ha estado ahí. Pero ante esta situación repensemos de qué manera nos protegemos y como reforzamos nuestras redes al tiempo que seguimos siendo permeables a la entrada de personas de fuera de nuestros círculos. Démosle una vuelta a cómo protegernos, cuidarnos, hacernos más fuertes, juntes y por separado.

Hay miles de maneras de responder como muchas son las luchas. Habrá quien decida tirar con una querella criminal buscando que las vías judiciales entorpezcan el trabajo policial, que tengan que dar vueltas para ver cómo se infiltran, o que haya pruebas o investigaciones que ya no puedan presentar o que no puedan acabar…  Aunque creemos que las querellas por sí solas no cambiarán nada, de entrada porque la policía no es reformable, solo es destruible, esto no quiere decir que no se utilicen estas herramientas para limitar o intentar reparar parte del daño que han hecho. En especial de cara a otres compañeres que pueden ser también el objetivo de infiltraciones y que tal vez así puedan prepararse y/o tener ejemplos de otras maneras de responder. Que cada una busque su vía.

Decíamos antes que tenemos que recuperar, más que nunca, el discurso de la legitimidad. Son luchas legítimas, da igual si son legales o no. Cometemos ilegalidades cada día para abrir espacios, crear redes, vivir mejor. Ellos también, para reprimir mejor, para taparse unos a otros. No justifiquemos su tarea con el lema de «nos tratan como a terroristas» porque al hacerlo estamos comprando su discurso y justificando que se lo hagan a otres. Es su función, no puede haber una «policía mejor».

Nuestras son la calle, la autoorganización y la construcción de redes. La legalidad, si alguien la quiere luchar, que lo haga la izquierda institucional y, ya que lo han escogido como camino, que cuestionen y sancionen las prácticas ilegales de aquellas con las que se encuentran en el Parlamento. Nosotres defendemos nuestras prácticas, ilegales o no, que sustentan la disidencia social: la organización, la autodefensa, la okupación, la defensa activa, pacífica o violenta del territorio, la lengua… mejorando nuestras herramientas, manteniendo las que ahora son útiles y creando nuevas. Que cualquier persona pueda acercarse a un sindicato de vivienda, a una asamblea antifascista o una actividad de artes marciales en un CSO… es en gran parte la razón de ser de estas actividades políticas que permiten difundir las ideas y trasladarlas más allá de nuestros círculos.

Sigamos en la calle, en nuestros espacios, reforzando todas estas luchas que no son una, sino que son múltiples y están unidas entre sí, en sus opresiones y sus intersecciones. Es en ellas donde construimos el mundo que queremos. Todo lo creado hasta ahora, y durante siglos de lucha social es terreno fértil. Sigamos cultivando en él.

Como dicen otras compañeras, la que quiera quemar que queme, la que no quiera que no estorbe, pero entre nosotres, respeto y solidaridad.

Frente a la represión, amor a todes les compañeres y colectivos afectados.